" Tell us, tell us your final wish
Now we know you can never return
Tell us, tell us your final wish
We will tell it to the World."
Antes de que se llevara a cabo
el primer Trasvase, se tuvo que recorrer un largo camino. Y el primer paso
decisivo fue descubrir que el concepto del viaje en el Tiempo, en su fórmula
original, conllevaba demasiados riesgos. Esto es, se consideró que el envío de
un cuerpo físico a cualquier fase previa del flujo temporal generaría una
paradoja catastrófica, especialmente si coincidía consigo mismo en el punto al
que fuese enviado. Y esto es porque un cuerpo no puede existir de forma
duplicada en una misma realidad sin generar el colapso de la misma. En cualquier caso, se optó por no tentar a la suerte y poner a prueba tal principio.
Se optó por una alternativa: La
clonación garantizaría el desplazamiento de un sujeto a lo largo del flujo
temporal sin que ello pusiera en peligro la continuidad de la realidad. Porque
se trataría de dos cuerpos idénticos, pero no del mismo cuerpo.
A tal
efecto, el cuerpo duplicado era una copia vacía del original, en el que se
insertaban la conciencia y la memoria del Viajero. De ahí que se le
aplicase el nombre de Trasvase. A partir de aquí, el Viaje, en sí mismo,
consistía en una teleportación a nivel atómico que desplazaba la materia sin
los riesgos de la paradoja temporal. El cuerpo original permanecía en
hibernación.
Pero este
procedimiento generaba su propio accidente: El cuerpo enviado, el vehículo, era
un cuerpo artificial. Por tanto, no estaba sometido a un proceso biológico de
deterioro. En otras palabras; desde que se producía el Trasvase, y hasta que
era reenviado a su momento presente y reintroducido en su cuerpo original, el
Viajero era inmortal a todos los efectos.
Atendiendo a esto, y con el fin de evitar cualquier caso de megalomanía,
así como para garantizar la estabilidad emocional de la mente del sujeto, las
explicaciones del funcionamiento del Trasvase, del viaje en el tiempo, eran
alto secreto. Una de las ordenanzas del Programa de Viajes en el Tiempo rezaba
lo siguiente:
Es
ESTRICTAMENTE NECESARIO
que
los procedimientos en relación a un proceso de Trasvase sean mantenidos
en la más absoluta CONFIDENCIALIDAD.
Al
Viajero le serán omitidos todos los detalles de la operación.
Tan
sólo los Técnicos estarán al tanto de los pormenores de la misma,
y
de ellos dependerá la dirección y ejecución de todo el proceso.
Así,
reduciendo a cobayas a los Viajeros, dejando todo el proceso en manos de los
Técnicos, el Programa incurría en una terrible falta de ética que sería la
premonición de su rotundo fracaso. Con el llamado Incidente John Ribbs, se puso
fin al Programa de Viajes en el Tiempo.
John Ribbs,
que nunca regresó.
XXXVII años desde el último Trasvase Temporal. (O desde el
Incidente John Ribbs)
Sebeth era el
último de los Técnicos. Aquella noche no se encontraba bien, sufría los
achaques propios de la vejez. Su idea había sido la de abandonar pronto el
laboratorio, para concederse un descanso, pero seguía allí después de la
medianoche, solo, como había acostumbrado a hacer durante los últimos treinta
años, desde que estaba al cargo de aquella planta.
¡Qué paradoja!
Aún después de toda una vida jugando a manipular el tiempo, a entender el
funcionamiento de aquel extraño y fatal flujo. Desafiando sus leyes,
experimentando con ellas... ahora el mismo tiempo pesaba sobre él; apenas podía
moverse sin que le dolieran las articulaciones, en ocasiones le costaba
respirar, y sin duda, no le estaba reservada una existencia mucho más
prolongada. Y no podría hacer nada para remediar eso... no, aunque quisiera.
Pero no quería. Ya estaba bien para él.
Estos
pensamientos discurrían por encima del constante zumbido de los ventiladores de
refrigeración, cuando de pronto sonó la ronca alarma y se encendieron las luces
automáticas de la galería principal. Era la señal de que alguien acababa de
entrar en la planta. Aquello no era algo habitual, normalmente nadie aparte de
él mismo permanecía en aquel lugar hasta tan tarde, y tampoco recibía visitas.
Se levantó de
su asiento frente al tablero y preguntó al aire, en dirección al
acceso:
-¿Anda alguien
por ahí?
Desde donde
estaba, llegó a ver una silueta recortada al fondo de la galería, avanzando
hacia él. No le resultaba familiar en absoluto. Llegó a tener la fugaz fantasía
de que se trataba de la misma muerte, pero apartó enseguida la absurda alusión
de su mente, y volvió a hablar:
-Esta zona es
de acceso restringido.
Pero el
intruso no articulaba una sola palabra. Bajo las luces frías que coronaban el
angosto corredor de entrada, Sebeth pudo comprobar que se trataba de un hombre
alto, fuerte también, con la cabeza completamente afeitada. Avanzaba
lentamente. La inquietud se apoderaba de Sebeth, hasta que vio el rostro del
visitante. Como un golpe, llegó la revelación del Técnico. Aquella figura era
la antiquísima silueta de un Viajero.
No era
posible, bajo ninguna circunstancia. No, no. John Ribbs, quien nunca regresó.
-¿Eres tú?
–alcanzó a preguntar, tembloroso.
-¿Qué clase de
respuesta aguardas?–dijo al fin el visitante.
-Pero... es
imposible. Dios, Dios mio. –invocaba Sebeth.
-No. Durante
mucho tiempo creí que lo sería. Imposible. Creí que todo llegaría a un final,
que moriría. Pero nunca alcancé esa consumación. Todo se detuvo.
El Viajero
entró por fin en la sala y se sentó en uno de los butacones de los paneles de
control. Desde alguno de aquellos tableros de mandos se habían marcado los
parámetros, coordenadas, frecuencias y quién sabe qué clase de complicados
algorritmos que le enviaron a su horrible destino a muchos años de distancia,
siglos... milenios.
-Vosotros.
–dijo John Ribbs señalando al Técnico, pero en realidad señalaba a todos
aquellos culpables de su fatalidad- vosotros me abandonasteis. Me disteis por
perdido, me dejasteis morir. Pero solo morí en vuestro recuerdo. Yo seguí
vivo. ¡Vaya que sí! Y muy a mi pesar.
Creí que algún
día debería desaparecer, que no llegaría hasta aquí. Pero entonces vi que
incluso las estrellas en el cielo variaban su posición, y que los paisajes
cambiaban, los hombres, las lenguas, las ciudades... todo. Y yo permanecía
igual... sin que nada pusiera fin a este tormento.
El Incidente
John Ribbs.
-Se optó por
solucionar el Incidente de la mejor forma posible.
-¡No, el Incidente no se solucionó! ¡Se ignoró! ¡Fui abandonado!
-¡No, el Incidente no se solucionó! ¡Se ignoró! ¡Fui abandonado!
-¿Cómo ibamos
a saber eso? Si hubiesemos podido localizarte, te habríamos traído de regreso.
Pero no había ninguna posibilidad...
-Debería
matarte ahora mismo. Si, como venganza. Pero me he vengado tantas veces de
tantos hombres, y de mujeres. Si, que ya no tiene sentido. Estar vivo tanto
tiempo, la Etenidad, no tiene significado, y por ello, todo lo demás pierde a
la vez el suyo... en otra época tal vez te habría matado. Pero no serviría para
nada... De hecho, ahora te necesito. Tengo la esperanza de que tal vez tú sí
que tengas un final para mí. Supongo que hay que regresar al orígen del mal
para librarse de él. ¿No es así?
Se hizo el silencio en la enorme
planta . En algún lugar, no muy lejos de allí, aún permanecía congelado el
verdadero cuerpo de John Ribbs.
-¿A dónde
fuiste a parar? –preguntó al fin el Técnico.
-¿A dónde fui
a parar? ¿Como voy a saberlo?
<<El primer
recuerdo que conservo es el del propio Viaje, cuando me encontré por primera
vez junto al lecho de un río y un campo labrado. A partir de ahí... la
frecuencia y claridad de los recuerdos es variable. ¿Recuerdas tú acaso los
detalles de tu infancia?
Es curioso.
Todo resulta efímero. Salvo yo mismo. No podría enumerar las lenguas que he
aprendido y olvidado. Los lugares en los que he vivido. Las personas a las que
he conocido. Aquellos a quienes he amado y odiado. Una vida, en fin, pero
demasiado larga, demasiado pesada.
Serví en ejércitos que
atravesaban desiertos y sometían a los pueblos de pastores en las montañas a
golpe de maza. Contemplé el alzamiento de los Zigurats y participé en rituales
secretos. Mientras invocaba la protección y favor de dioses de lo más diversos,
una generación de hombres tras otra, me preguntaba si no era yo mismo el Dios
al que debían adorar.
He vivido bajo
los gobiernos de un sinfín de nombres; Lugalzagesi, Menes, Necherjet,
Amenemhat...
He visto el
rostro de Alejandro. El de Céltilo, el de Vercingétorix. Quién lo diría. Que
los bustos de los Emperadores se convertirían en mis contemporáneos de carne y hueso, que viviría
bajo el pontificado de más de doscientos Papas.
He sido alzado
y encadenado; coronado y azotado; tantas veces, que dejó de tener significado para mí. Trabajé con mis
manos la tierra.
Navegué por ríos y por mares. Me embarqué en naves de madera que me llevaron a otros horizontes. Atravesé a pie las llanuras y montes de toda Europa. He visto erosionarse montañas, retroceder mares, lagos secarse, bosques marchitarse y heladas tundras convertirse en vergeles
Navegué por ríos y por mares. Me embarqué en naves de madera que me llevaron a otros horizontes. Atravesé a pie las llanuras y montes de toda Europa. He visto erosionarse montañas, retroceder mares, lagos secarse, bosques marchitarse y heladas tundras convertirse en vergeles
Viví para
tomar dos veces la ciudad de Constantinopla y defenderla otras tantas. Vi al
Lago Peipus tragarse un ejército entero. Recuerdo el barro por las rodillas, y
la sangre en Agincourt.
Me tomaron por
un milagro cuando sólo yo sobreviví a las fiebres que en lo más profundo del
Amazonas, buscando Akator.
Fui uno de los
primeros hombres en atravesar América hasta el Pacífico.
Estuve en el
asalto a Hougomont.
Firmé como
testigo en la Paz de París.
No recuerdo ya
cuántos instrumentos musicales soy capaz de tocar, ni cuántas armas he llegado
a manejar. No conozco el inmenso número de personas a las que he matado, ni el
de los hijos que he podido engendrar. No sé cuantos amaneceres he visto. Podría
haber contado las estrellas de habérmelo propuesto... Puede que en alguna ocasión lo hiciera, y que lo olvidara,
del mismo modo que olvidé morir.
Por eso he venido.
Ocho mil años. Increíble.
¿Cuántas generaciones humanas? ¿A cuántos miles de millones de personas había
sobrevivido aquel hombre? ¿Qué historias no sería capaz de contar? Sebeth, el
Técnico, vio a aquel hombre, al Viajero, que tan solo deseaba poner fin a la
existencia natural de la que había sido privado.
-Yo esperaba
que regresaras. -dijo el Técnico- Sí, de alguna manera esperaba que regresaras. Y no me
equivocaba. Al fin y al cabo, no voy a hablarte a ti de fe, si aún abrigabas
esperanza de volver aquí y morir, o de encontrar una muerte a lo largo del
transcurso de tu existencia. Pero ahora te digo que eso era imposible, que
ningún Viajero puede morir jamás hasta que se invierte el Trasvase, una vez era
reenviado desde el pasado. Lo siento, John Ribbs, perdona por la Eternidad.
Yo te daré tu
final.
La técnica del Trasvase fue
invertida, siguiendo un procedimiento que no se ponía en práctica desde hacía
treinta y siete años; ocho milenios, para el Viajero. Durante unos minutos, el
antiguo salón se vió iluminado por el brillo incandescente de las señales de
decenas de pilotos, un trazo eléctrico, y el vapor de agua que desprendía la
maquinaria de la criogenización. John Ribbs regresó a su cuerpo, y le abandonó
la Eternidad. Sin embargo, el Técnico no descongeló el cuerpo... redujo la
temperatura y evitó que los sistemas reiniciaran el soporte vital, convirtiendo
la enorme cápsula criogénica en un ataúd de titanio. Pareció escucharse un
sonido humano, un grito, o una carcajada, tal vez, desde lo más profundo. Unos
momentos más tarde, y sin más señal, John Ribbs murió.
Al día siguiente, algunos paneles de control
mostraban en el registro la actividad inusual de la noche previa. Sebeth
consiguió que lo achacasen a un error de programación. “Y no le demos más
vueltas”, fue lo último que dijo antes de sumirse en un reflexivo silencio de
varios días.. Murió pocas semanas más tarde... como si su longevidad solo
le hubiese sido concedida para otorgar aquel último consuelo al Viajero.
John Ribbs, Viajero, Inmortal, había dejado de existir. Se
fundió con la nada, con el vacío. ¿Quién podría saberlo en realidad?. Roguemos
por que al menos dejara de sentir, por que se librara de la maldición de la
eternidad y le alcanzara el final. Aquel final, tan ansiado.
extraño
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