“Dame un héroe y
escribiré una tragedia.”
F. S. Fitzgerald.
Las estrellas
eran muchas, y se veían muy bien en aquel descampado, desde el coche que había
llevado a sus dos ocupantes lejos de la cegadora luz de la ciudad.
-No sé lo que
me pasa. –decía él. -Nunca me había sentido así.
-Estás
nervioso, eso es todo.
-No son
nervios. Creo que es miedo.
Ella le oía,
pero en realidad pensaba en las estrellas, y lo que escuchaba era el canto de
los sinsontes y a los grillos en los matorrales en torno al vehículo.
-Están tan
solas. –dijo ella, señalando las estrellas con la mirada.
-Y qué hay de
mi. –preguntó él.
-Tú no estás
solo. Tú me tienes a mí.
-Y la guerra.
También tengo la guerra. Ahora solo tendré la guerra.
Guardaron
silencio, y entonces ella pudo volver a escuchar la noche. Ahora que habían
terminado y la conversación daba lugar a repentinos y largos silencios, podían
pararse a oír los pájaros en la noche. Era un agudo quejido, como el
intempestivo cri-cri de los grillos que se cortejaban en las noches
sudorosas.
-¿Qué harás
cuando muera?
-No digas esas
cosas.
-Lo digo en
serio. ¿Crees que si muero en la guerra y no vuelvo contigo, entonces podrás
volver a mirar el cielo como lo miras hoy?
-Por favor,
cállate.
-Me convertiré
en una constelación de estrellas. Como un héroe griego. Caído en la batalla.
-Tú no eres un
héroe. –y en aquel momento no, pero un tiempo después se arrepentiría de haber
dicho aquello, como se arrepiente uno siempre de acciones pasadas, y te
avergüenza como no lo hace en ese mismo momento y cuando las consecuencias ya
han pasado, o son inevitables, o no se puede hacer nada para remediar lo dicho,
o lo hecho. Decirle que no era un héroe era como decirle "te necesito aquí conmigo, de vuelta". Le habría gustado decirle eso, pero no pudo, no en aquel momento. Ni nunca.
Se
arrepentiría de haberle dicho “Tú no eres un héroe” cuando el cuerpo de
él fueran ya solo huesos, enterrados bajo una cruz de blanco impoluto, en la
costa de Normandía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario