13 de junio de 2013

"Era la playa más fea del mundo."

Esta entrada debía haber sido publicada el pasado dia 6 de Junio. Sin embargo, dificultades meteorológicas y falsos informes de un agente infiltrado en nuestro aparato de inteligencia ha retrasado la operación de forma significativa.


Dentro de las barcazas de desembarco, los hombres se apretujaban y se sacudían por el efecto de las olas. Si a eso se le suma el nervio y ansia previos a la batalla, más un contundente desayuno de batalla a base de huevos, tostadas, y café, uno puede hacerse a la idea de con qué estómago habrían de enfrentarse al terrible infierno que les esperaba en las playas.




-Gestando "Overlord".
Durante mucho tiempo, el Alto Mando Aliado había estado preparando aquel día con meticulosidad. Pero si iba a ser difícil la enorme tarea de coordinación y logística inmanentes a una invasión a escala continental, más lo había sido la puesta en común de puntos de vista totalmente divergentes entre las cabezas pensantes de las fuerzas aliadas. Por un lado, los británicos se empeñaban en establecer el principal frente de batalla en África antes de pasar a Europa. El propio Winston Churchill, que veía el Mediterráneo como el escenario clave (planificó el fracasado desembarco en Anzio por parte de una combinación de tropas de los E.E.U.U y británicos)  proyectó la Operación Gymnast como plan de desembarco en el Norte de África (este plan al final se llevaría a cabo como Operación Torch, en 1942). El Primer Ministro Británico luego encontraría más apropiado desembarcar en los Balcanes, a fin de colaborar con los rusos en el frente del este (este otro plan no se llevaría a cabo, aunque sería utilizado como falsa bandera a fin de despistar a los servicios de inteligencia del Reich). Por otra parte, los estadounidenses, como bien se reflejaba en los dilemas del propio Eisenhower, abogaban más por establecer el frente en el extremo oriente: centrado también en una combinación de esfuerzos británico y americano que asegurasen las posiciones en el continente asiático (India, Birmania, Singapur y las Indias Holandesas), se daba por sentado que la victoria sobre Hitler pasaba antes por la derrota militar de Japón (inversamente a lo que ocurriría realmente). Ciertamente, el cariz que las cosas tomaban en el Pacífico iba a ser uno de los elementos que más preocupasen a los estadounidenses, y que les llevaría a preguntarse si una invasión a gran escala en Europa era algo viable y, sobre todo, si tenía garantías de éxito. 

Era difícil que el plan de invadir Europa generase simpatías: los alemanes habían convertido Europa en un terreno favorable para ellos mismos, y heridas como la de Dunkerke aún eran un lastre en la moral del diezmado ejército británico, capaz sin duda de plantar cara en la guerra defensiva, pero mutilado para el ataque directo. La intervención americana en la guerra suponía un alivio en este sentido y una posibilidad de poner las tornas a favor, pero estos tampoco parecían capaces, en principio, de ser una solución real a la hora de lanzarse sobre Europa. Como se ha dicho, su mayor preocupación era el conflicto con Japón, lo que planteaba serios problemas de capacidad logística, ya que apenas contaban con flota suficiente como para mantener controladas las aguas del Pacífico y del Atlántico Norte de forma simultánea, menos aún para asegurar el desembarco de un contingente armado de la envergadura que requería una operación como aquella . Sus anfibios y su fuerza aérea apenas daba a basto en los archipiélagos del Pacífico.

Roundup iba a ser el germen de Overlord, el nombre que finalmente recibiría el desembarco de Normandía del 6 de junio de 1944. Estaría acompañada de una operación previa, la Bolero, consistente sencillamente en el acantonamiento gradual de fuerzas en las costas inglesas, así como de la Operación Sledgehammer, destinada a desembarcar un determinado número de fuerzas extra en Francia si el frente ruso, en algún momento, se desmoronaba, pero este último punto fue abolido y sustituido por la ya citada operación Torch en África...

Junto a los preparativos de la invasión de Normandía, otras maniobras paralelas serían llevadas a cabo a fin de confundir a los alemanes: operaciones tales como Fortitude (destinada a hacer creer que le desembarco aliado se llevaría a cabo en Calais) o Bodyguard (que presentaba la posibilidad de un desembarco en los Balcanes para crear un frente común con el Ejército Rojo).

Irónicamente y sin saberlo, Alemania había contribuido con un granito de arena a su propia derrota y a la creatividad estratégica de los aliados. Esa contribución involuntaria se llamaba Albert C. Wedemeyer, quien se había licenciado en la misma Kriegsakademie alemana a finales de los años 30, y que ahora usaba el propio método alemán de hacer la guerra contra sus antiguos compatriotas. Wedemeyer abogó, con éxito notable, por una estrategia de rearme a una escala sin precedentes, confiando en la superproducción de material militar en el centro de los países aliados de la misma forma en que lo hacía el Reich.  complementariamente a esto, Wedemeyer también definió la forma que habría de en el propio mapa de batalla, y esta era la de una blitzkrieg, como la que había llevado a los ejércitos nazis a dominar el continente europeo. Overlord tenía que ser una punzada directa y contundente sobre Europa Central;  un disparo al corazón de Alemania.


-"Garbo" y "Fortitude".
"Garbo".
Antes de que se disparara un solo tiro en las playas de Normandía, numerosos efectivos libraban ya una guerra en silencio. Los espías de las naciones implicadas eran una baza fundamental. Siempre lo habían sido a lo largo de la Historia, pero en la Segunda Guerra Mundial dejarían una huella notable. Y en ese legado de la guerra de secretos y contrasecretos, de trampas y enigmas, un nombre destacaría: Garbo, de nombre real, Joan Pujol García, un superviviente de la guerra civil en España que había desarrollado una profunda aversión hacia los totalitarismos y logró establecer una red de contraespionaje al servicio de Gran Bretaña, cuyo mayor éxito consistió en hacer creer que el desembarco aliado se llevaría a cabo en Calais, por parte de un ejército fantasma comandado por Patton (a quien el  Alto Mando Aliado sacrificó en favor de la treta).




La confusión establecida por estas operaciones de distracción dieron su fruto: los alemanes esperaban una intervención aliada en cualquier parte, salvo en Normandía. Cuando se produjo en este punto, siguieron creyendo, gracias al embuste, que se trataba de una maniobra de distracción. El éxito de la Operación Overlord se debió, sin duda, a las tretas de los servicios de inteligencia aliados y a la tendencia del propio Hitler y de algunos de sus mandos de subestimar las posibilidades de cualquier ejército que desembarcase en Francia. Una vez se produjo el desembarco en Normandía, pretendió que había que considerar a los contingentes que desembarcaban y ganaban posiciones de forma vertiginosa en las costas de Francia, no como un ejército de invasión, sino como la última presencia enemiga presente en Europa occidental... cometió el error de llegar a creerse él mismo ese ingenioso eufemismo. 



-El vuelo de las águilas.
 Los paracaidistas serían a la imaginería de esta Segunda guerra lo que los propios pilotos de la aviación lo fueron a la de la Primera. Sobre Francia, los aliados lanzarían a los integrantes de la 82ª y de la 101ª aerostransportadas de los Estados Unidos, así como los de la 6ª y la 1ª del ejército británico.




El objeto de lanzar a  efectivos tras la líneas enemigas la noche antes del Día-D obedecía a un planteamiento estratégico elemental: cortar las rutas de suministro y de refuerzo del enemigo asegurando los caminos y poblaciones cercanos a la costa; en otras palabras, establecer lo que se conoce como una "cabeza de puente". Pero lo imprevisto ocurre... y es muy difícil coordinar un salto de semejante envergadura. Aquellos aviones que no fueron derribados por las defensas antiaéreas, erraron el rumbo o la distancia a la que debían arrojar a sus "paratroopers"; no pocos sufrieron graves lesiones o incluso la muerte al aterrizar sin apenas tiempo para desplegar su paracaídas; otros aparecieron en lugares dispersos, completamente apartados de los lugares en los que teóricamente deberían haber ido a parar. Quizás los que peor parados salieran del salo fueran aquellos que cayeron en medio de la presencia enemiga, como ocurrió en los puentes sobre el Douve, donde los alemanes practicaron el tiro al plato a la luz de un incendio provocado por ellos mismos para delatar la presencia de los hombres que saltaban desde los aviones. Lo mismo ocurrió en Sainte-Mère-Église, donde uno de los paracaidistas, John Steele, sufrió las consecuencias de quedar enganchado accidentalmente a uno de los pináculos de la iglesia y fue hecho prisionero por los alemanes.



Monumento al paracaidista accidentado de Saint-Mère-Église.

Pero no se puede decir que la fase aerotransportada fuese un fracaso. En algunos casos se logró asegurar puntos estratégicos del mapa de batalla o retrasar de forma significativa el avance enemigo, evitando que reforzaran las playas en las zonas críticas del desembarco. En otros, se dio lugar a capítulos de auténtico  heroísmo, como sucediera con un tal sargento Harrison Summers, que tomó, prácticamente solo, -como si se tratase del protagonista de un shooter-, el conjunto de edificaciones rústicas que comprendían la llamada posición WXYZ, una base de artillería alemana que debía ser neutralizada por su regimiento.


-El Muro Atlántico.
Aunque aquella mañana del 6 de junio la atención alemana sobre Normandía era la mínima, la defensa de la costa atlántica en conjunto no se había descuidado. Durante 1942 y 1944, una línea de defensas fortificadas había sido alzada a lo largo de toda la costa atlántica Europea, desde los Pirineos hasta las playas de Escandinavia, si bien algunos puntos gozaban de mayor impenetrabilidad que otros, lo cierto es que los alemanes lo habían hecho a conciencia. En las fechas de la invasión, el encargado de su defensa no era otro que E. Rommel, El Zorro del Desierto. Este se preocupó de dotar a las defensas de una mayor solidez, pero los precipitados preparativos no legarían a tiempo: en Normandía, los cañones pesados no contarían con las defensas de hormigón previstas, y debían contentarse con búnkeres sin techo o zangas en el suelo; además, no eran posiciones móviles.



Una serie de bombardeos, primero de la RAF, en la madrugada del 6 de junio, y luego uno a primera hora de la mañana por parte de los bombardeos de la 8 Fuerza Aérea de los E.E.U.U, destinados a reducir de forma significativa la capacidad defensiva de los alemanes. Pero apenas sirvió de ayuda el despliegue de las mil fortalezas volantes, porque las bombas cayeron tierra adentro y apenas dañaron las posiciones del Muro Atlántico en Normandía, al igual que el bombardeo de "neutralización" disparado por los enormes cañones de largo alcance de la flota estacionada en alta mar.

Lancha de desembarco en "Omaha".
-Las playas.
Omaha fue la playa más difícil de tomar, con un acantilado que la convertía en un reducto impenetrable defendido por la veterana división 352ª de infantería alemana. Costó más de seis mil bajas y algo más de quince mil heridos a los estadounidenses. Juno, en lo que concernía a los canadienses, también fue un hueso duro de roer, defendida con uñas y dientes por la 716ª división. En ella, los canadienses exorcizaron sus fantasmas de el Dieppe, el fracasado desembarco de 1942 que les costó casi un millar de muertos, el doble que a sus aliados británicos.

Canadienses desembarcando en "Juno".

En "Golden Beach", los británicos tuvieron que medrar con las posiciones alemanas atrincheradas en Sin embargo, la 50ª División de Infanteria de Northumbria logró sobrepasar el obstáculo al precio de no pocas bajas, logrando alcanzar, tierra adentro, las afueras de Bayeux en su avance hacia el final del día.

En Pointe-du-Hoc, el batallón Ranger tuvo que superar una pared natural casi vertical de 30 metros que aislaba a las defensas enemigas del fuego de los invasores.

Utah sería, comparativamente, la playa que menos factura pasaría al contingente de los 23000 hombres destinados a tomarla, pero eso que no se lo digan a los 200 hombres que cayeron allí.


Pointe-du-Hoc en la actualidad.

Tras la creación de la cabeza de playa, al fin fue posible establecer un punto desde el que llevar a cabo el grueso de la invasión. Con el establecimiento del Mulberry Harbour británico el día 9 -un muelle prefabricado para asegurar el paso de suministros desde el canal-  los aliados conocerían un avance prácticamente imparable, aunque la suerte aún no estaba echada. La 21 división Panzer trató de romper las lineas entre Utah y Sword, llegando hasta el en su movimiento de penetración, pero el mismo día fueron rechazados por la resistencia de las armas antitanque de la infantería y por la presencia de la aviación aliada.
Como fuera, los aliados aún no habían conseguido todos sus objetivos: en principio, tras la toma de las playas, se había esperado que los efectivos desembarcados tomaran también Bayeux, Caen, St. Lô y Carentan... al final del día 6 estas poblaciones seguían en manos alemanas.
La invasión de Francia había comenzado.







10 de abril de 2013

Dioses, Tumbas y Sabios.



Cuando Kurt Wilhelm Marek (1915-1972) fue apresado por las tropas aliadas en la campaña de Italia y retenido en calidad de prisionero de guerra, se entregó, durante el tiempo que duró su cautiverio, a la lectura de numerosas obras sobre arqueología. Cautivado por lo que aquello le descubriría, se dedicó tras su liberación a la composición de Dioses Tumbas y Sabios, publicado en 1949 con el seudónimo de C. W. Ceram, una obra que sería presentada como "La novela de la Arqueología". Marek/Ceram señalaba en la introducción: 

Este libro ha sido escrito sin ambición científica alguna. Más bien he intentado presentar el objeto de estudio de los investigadores y sabios, en su matiz emocional más íntimo, en sus manifestaciones dramáticas, en su relación hondamente humana. No he podido evitar algunas divagaciones, así como tampoco reflexiones personales y una constante relación con la actualidad. Por eso he hecho un libro que los hombres de ciencia tienen derecho a calificar de "no científico". Pero eso es lo que me propuse hacer, y eso me justifica.

Esta obra es un clásico que supera con creces muchos libros de la misma temática que salen hoy día a la luz, en una época en la que la Arqueología no se encuentra en su mejor momento en cuanto a lo divulgativo, sumida en una relación con un gran público al que gusta de unir las explicaciones más esotéricas y fantasiosas al conocimiento real (como si este ya de  por sí no presentase suficientes estímulos, aunque no tan fáciles de captar para las mentes más simples), mientras las lecturas más serias que se hacen, se hacen a veces a medias tintas. Sin embargo, a Dioses Tumbas y Sabios hay que hacerle algunas concesiones, como a todos los clásicos que, aún envejeciendo bien, quedan lastrados por ciertos valores caducos, o se tambalean en el rigor de algunas afirmaciones; en este caso, más allá de su postura con respecto al colonialismo (un fenómeno que Ceram asume como positivo a grandes rasgos, sin más) y la actitud paternalista con la que se refiere a veces a los "nativos", lo que más choque sea tal vez la falta de ojo crítico con que Ceram asume la existencia del Diluvio o de la Atlántida, si bien en el segundo caso su postura es la de un escepticismo expectante a y que se deriva sin duda de los fantásticos descubrimientos a priori improbables que llenan las páginas de este libro.

Esa misma excitación que Ceram vive a lo largo de toda la aventura que aquí nos describe, se nos transmite poco a poco, en un crescendo que va desde las primeras excavaciones en Pompeya en el S. XVIII, hasta los iniciales pasos de Winckelman y Schliemann. Este último, quizás, sea para Ceram el paradigma de aquellos profanos que, según él, hacen avanzar a veces la rueda de la ciencia y el conocimiento humano gracias a un ímpetu visceral por entender y aprender el mundo más allá de los cauces del academicismo: Schliemann encontró Troya guiado por su intuición y las páginas de Homero en un ejercicio que muchos de sus contemporáneos calificaron al principio de delirante. Fue un descubrimiento nacido de una obsesión infantil y una paciente preparación que le llevó, a lo largo de toda una vida, hasta su meta final, como el Conde de Montecristo o el protagonista el millonario inocente de Vizinzcey.


Heinrich Schliemann. (1822-1890)
Schliemann haría otros descubrimientos de especial relevancia, como el conjunto de ajuares funerarios entre los que se encontraba la llamada Máscara de Agamenón


Sophia Engastromenou Schliemann,
ornamentada con el "Tesoro de Príamo"



Somos también testigos de la laboriosa tarea de Champollion, joven superdotado, por descifrar los jeroglíficos egipcios en una carrera contrarreloj frente a numerosos académicos e intelectuales en toda Europa que trataban de acometer la misma tarea sin éxito alguno. Un problema que no se resolvería hasta el hallazgo de la piedra de Rosetta, después de que los esfuerzos y los constantes fracasos le diezmaran la salud, los bolsillos y casi también su pasión. Todo ello en la turbulenta época del nacimiento de la Europa moderna y las guerras napoleónicas. Ceram dedica, igualmentem un capítulo a tratar el viaje de Napoleón a Egipto y que, a pesar de ser un fracaso militar, legaría para la posteridad la "Description de l'Egypte".







Fragmento de la piedra de Rosetta.
La resolución al problema del desciffrado partió, para Champollion, en interpretar los símbolos jeroglíficos como un sistema de representación fonético, y no de ideogramas, como hasta entonces se creía




"-¿Ve usted algo?

-¡Si, algo maravilloso!"

Carnarvon y Carter en la tumba de Tutankamón.









Todo el mundo conoce el que probablemente fuera uno de los descubrimientos arqueológicos más mediáticos de todos los tiempos; el hallazgo de la tumba de Tutankamón, en 1922, de la mano de Howard Carter, con el traslado del tesoro y la supuesta maldición que envolvía todo el asunto (leyenda que Ceram dedica un par de párrafos a desmontar).  No obstante, no se queda atrás la menos conocida historia del hallazgo de la DB 320 en Der-el-Bahri en 1881, donde se encontraron los restos de más de cincuenta momias reales que habían sido ocultas allí en tiempos pretéritos para preservarlas de los tempranos saqueadores de tumbas, contemporáneos a los propios faraones, episodio descrito por Ceram de forma tal que lo acerca al relato policíaco.







Representación de Gilgamesh
Tampoco es demasiado conocido por el gran público aquel otro gran hallazgo que nace de la  intuición y luego obsesión del cónsul francés Paul-Émile Botta en 1840 respecto a las extrañas colinas que se alzan en el medio de los desiertos de Irak, y que le llevarían a desenterrar la ciudad de Dur Sharrukin (aunque para Ceram, al igual que para su descubridor, se trata erróneamente de la propia Nínive) o los no menos espectaculares hallazgos de Layard: ni más ni menos que la mítica Babilonia y el palacio de Senaquerib.

A su vez, el hallazgo de Layard de la biblioteca de Asurbanipal, daría lugar el desciframiento de la escritura cuneiforme por mano de Hincks y Rawlinson Ese trabajo posibilitaría, más adelante, que George Smith localizara y tradujera el  poema épico de Gilgamesh, olvidado hasta tal momento.








La trayectoria que nos dibuja Ceram continúa al otro lado del Atlántico. En la que quizás sea la parte más intensa del libro, describe, valiéndose de las crónicas originales, la conquista de México por parte de Hernán Cortés, retratado aquí con sus luces y sus sombras como uno no se espera en principio que haría un profano como Ceram. Todo para introducir los relevantes hallazgos de John Lloyd Stephens y William Hickling Prescott en lo más profundo de la hostil selva del Yucatán, en países azotados por la revolución.


Tenochtitlán, imponente capital del Imperio Azteca.
Escenario en el que se desarrolla uno de los capítulos del libro de C. W Ceram

Junto al intenso halo romántico que envuelve a la primera época de la arqueología, de los viajes y los pasos a oscuras a través de corredores en tinieblas que han de recorrer los pioneros (y esto tanto en su forma figurada como en la literal), Ceram nos descubre a los descubridores, acercando al gran público las figuras de estos y sus hazañas. Es especialmente un libro para aquellos que darían lo que fuera por tener el privilegio de vivir en aquella época irrepetible, el alumbramiento de la arqueología como disciplina, y experimentar una sola de aquellas aventuras en pos del conocimiento, por estar en el Yucatán sufriendo las picaduras de los mosquitos junto a Edward Herbert Thompson descubridor de los cenotes sagrados de Chichén Itzá, y guiado también por relatos legendarios, o por viajar con Layard o Stephens maldiciendo el abrasador sol del desierto mesopotámico, esquivando las balas de los asaltantes beduinos. Leer, por vez primera, tras milenios de olvido, documentos arcaicos en los que se reflejan las ambiciones, locuras y miedos más humanos de un pueblo al que el paso del tiempo había reducido a polvo y al calificativo de "mitológico".

Desde luego, esta época de grandes hallazgos que recoge Dioses Tumbas y Sabios sólo puede ser equiparada, en su conjunto y por su impacto, a la época de los grandes viajes de exploración geográfica (ambos fenómenos paralelos), así como a la más reciente "conquista del espacio".
Con todo, la recompensa final no se reduce quizás, tan solo al propio hallazgo, al testimonio de la civilización enterrada y olvidada y al aumento de nuestro bagaje cultural colectivo, sino también a la propia aventura.




CERAM, C. W. Dioses, Tumbas y Sabios. Ediciones Destino, Barcelona, 1975. 

22 de marzo de 2013

Halcón Negro, Gorrión Rojo.

Si Arthur Conan Doyle tuvo como cimientos de su universo sherlockiano la asociación real entre Joseph Bell y el doctor Henry Littlejohn, así como su propia relación personal con estos, Dashiell Hammett tuvo como fuente de inspiración su trabajo como detective en la Agencia Pinkerton. Aunque muchas veces, al citar este hecho, se olvida que también tuvo una importante militancia política, y eso es, si cabe, tanto o más significativo a la hora de dotar de valor a su obra como pueda serlo la propia trama policial de sus relatos. Si Hammett está entronado en el gran salón de los reyes de la novela negra, esto no es por otra cosa que por el toque especial y trascendental que logra darle al género protagonizado por el detective o investigador privado, dotándolo de una mayor carga y profundidad, haciendo de él auténtica literatura (sin desmerecer el trabajo de Raymond Chandler en este mismo aspecto).

Para ilustrar este hecho, tal vez sea conveniente fijarse en el que, quizás (esto es criterio personal), sea su mejor trabajo: Cosecha Roja (Red Harvest) una novela protagonizada por el Agente de la Continental. En esta se desarrollan todos los clichés propios del genero noir elevados a su máxima potencia, en un estilo muy diferente al que hasta para entonces se había venido cultivando con las historias policíacas más clásicas (Sherlock Holmes o Hercules Poirot). La cuestión es que ya no nos centramos en la resolución de un crimen, en la búsqueda de unas motivaciones circunstanciales y el modus operandi a través de unas dotes de observación y deducción extraordinarias, sino que el detective se convierte en el catalizador de la denuncia social a través del reflejo de las clases de las que se alimenta el mundo del crimen; los bajos fondos, el proletariado desahuciado, los ghettos, el ambiente marginal de las grandes urbes... un mosaico por el que se abre paso a base de golpes de puño y mentira, de manipulación, de giros improvisados y otros instrumentos maquiavélicos que no pocas veces se vuelven en su contra... aunque al final, el antihéroe prevalece.

Precisamente, y aunque Cosecha Roja nunca fue llevada al cine, fue muy bien homenajeada por los Cohen en Muerte entre las flores (Miller's Crossing), con una adaptación bastante libre pero plagada de referencias al libro -tales como nombres, citas textuales, así como de toda su violencia y realidad descarnada- en la que el protagonista no es tan siquiera un detective, sino un gángster desleal que cambiará constantemente de bando guiado por intereses sin duda firmes, pero poco claros para quienes le rodean e incluso para el espectador.




Aparte de Cosecha Roja, otra obra que conforma la columna vertebral de la obra de Hammett y del género noir en general es El Halcón Maltés, no tanto por su calidad con respecto a otras novelas del autor, sino por su sonada adaptación al cine y de la que queda la memorable interpretación del cínico y taciturno Sam Spade a cargo de H. Bogart. Y es que una imagen vale más que mil palabras, y sobre celuloide, más aún.

El punto central del relato es la estatuilla de un halcón negro, antiguo patrimonio de la Orden de Malta, que ha ido dejando un reguero de muerte a lo largo de varias generaciones de propietarios, hasta que se convierte en objeto de disputa entre traficantes de antigüedades y miembros del hampa de San Franciso. Los mismos juegos de mano y trucos de doble filo que se veían en Cosecha Roja o La Llave de Cristal (The Glass Key) se entrecruzan en la trama, hasta que Spade descorre el tupido velo que ha ayudado a tejer.


Antes que con el cine, la obra de Hammett está en deuda con la ingente tirada de revistas baratas que conformaron su propia línea editorial durante la primera mitad del S.XX, las llamadas pulp magazines, y que alcanzaron su culmen durante la Depresión y la posguerra. Estas no se dedicaban sólo a compilar thrillers y literatura noir, sino que también sirvieron de contenedor para relato históricos, de ciencia ficción, y de otro género literario popular genuinamente estadounidense que es el western. El verdadero valor de las pulp fictions es el de haber conformado por sí mismas gran parte del bagaje de la cultura popular moderna, inspirando sobre todo al mundo posterior del cine y de la televisión, como sucede con una creación emblemática que es Peter Gunn, prácticamente desconocida salvo por el emblemático tema de apertura a cargo de Henry Mancini.




La novela negra ha sobrevivido al pulp del mismo modo que lo hicieran todos los géneros representados en este formato. En la actualidad, su ramificación más en boga es la llamada novela negra sueca, que no nos detendremos a analizar aquí. Pero sí hablaremos del particular homenaje que hiciera el escritor maldito por excelencia, tan de moda últimamente, no sé si en el buen sentido.


Bukowski ya se encontraba en esa etapa en la que podía sentirse legítimamente cansado de la vida, con lo que se permitió dedicar una novela "a la mala escritura", aunando en sus páginas la parodia del género detectivesco (y que todo amante de la novela negra con sentido del humor debería leer) con sus más íntimas preocupaciones y sus pensamientos pesimistas al encarar su propia e inminente muerte. En las postrimerías del S.XX, cuando los viejos iconos de la literatura y la cultura popular están caducos y se desvanecen, la Señora Muerte, con todos los ingredientes de una femme fatale que estimula los más bajos deseos del detective, como ocurría muchas veces en el universo Hammett, es la protagonista de la novela junto al detective Nick Belane. Le encarga encontrar a Céline, el afamado escritor francés -que por lo visto ha burlado su destino- para llevárselo al otro lado, como corresponde. Esta aparición de lo sobrenatural desde primeros momentos del relato va a ir in crescendo, con la añadidura de alienígenas, mutantes, y alguna ida de olla más que son el auténtico cuerpo de la novela junto a multitud de personajes estrafalarios que cumplen todos los clichés del género, los puñetazos, tiros, y diálogos brillantes con frases que son como latigazos sin olvidar copiosos cigarrillos y hábitos alcohólicos que, en un Belane viejo y con sobrepeso, es más un problema grave que una estampa glamourosa, a lo que hay que sumar su afición a las carreras de galgos, que es parte, como los otros defectos, de la verdadera personalidad de Bukowski, como a nadie se le escapa ya a estas alturas. En medio de todo esto, recibirá la tarea de encontrar El Gorrión Rojo, clara alusión al Halcón Maltés, pero cuya naturaleza es muy diferente, y nos será revelada al final. El final de la última novela de Charles Bukowski, muy en la línea de su particular poesía..