30
de Agosto de 1943. Rênnes, Francia.
Al recibir el primer puñetazo,
Henry no pudo dejar de acordarse de todos los golpes que alguna vez se habían
estrellado contra su cara. Le seguían doliendo como el primero, aquella vez en
México, hacía ya tanto. A lo largo de toda su vida había habido más, en los
desiertos de África y en los bajos fondos de Honk Kong. Sin embargo, él había
repartido más, muchos más. Siempre los había devuelto, y esta no sería una
excepción.
Desde la sala
de baile llegaba el sonido ahogado de un tango. Su propia situación era como la
que rezaba la letra en español; el plan había estado a punto de salir a la
perfección, y en el último momento se había echado todo a perder. Por culpa de
una mujer, y por su propia culpa, por no centrarse, por relajar los instintos.
Algún día debería anotarse la lección.
Él no era
hombre para aquello, estaba claro que todo el mundo tenía un límite. Para él la
guerra era una cuestión de más acción, como en el 14, y no aquellos juegos de
espías. Sí, una vez había sido ya espía, pero era diferente, era más joven, y
el mundo era un lugar mucho menos peligroso. Sus experiencias pasadas con los
nazis ya le habían demostrado lo fino que era el hilo entre la vida y la
muerte.
Y en aquel
momento, después de todo, había desobedecido a su propia experiencia, como un
novato. Al fin y al cabo, ¿cuándo había conocido a una mujer que no intentara
matarlo? Llevaba tiempo flirteando con una alemana llamada Gerda Rackham. Una
guerra no es excusa para dejar de pasarlo bien, y menos aún si es a costa del
enemigo. Ella estaba presente en el baile de recepción de oficiales en aquella
mansión de Rênnes, a la que había sido enviado para reunir datos que pasar a la
Resistencia francesa. Cinco meses había pasado trabajando con ayuda de su
inseparable Mc. Hale, a caballo entre los partisanos y los nazis, con quienes
había sabido guardar hábilmente las apariencias hasta confundirse en su mundo
como uno más, con su alemán aprendido a marchas forzadas, pero efectivo al fin
y al cabo.
Y en medio de
todo aquel plan de guerra, Henry se guardaba otra misión en la manga, una muy
personal. Se había enterado de que en aquella mansión, en alguna parte, se
mantenía a buen recaudo el legendario anillo de Frastrada, que había hechizado
a Carlomagno en su día, y que hasta hacía bien poco se encontraba enterrado en
las catacumbas de Aquisgrán. Le había seguido la pista a aquel anillo desde que
llegara a Francia, pero los nazis lo habían recuperado primero. Si el propio
Hitler llegara a poseer en sus manos dicho anillo, no le harían falta ejércitos
para subyugar a todas las naciones del mundo, pues su propia presencia
resultaría irresistible, tal como le sucedió a Carlomagno con Frastrada.
Sin embargo, el contraespionaje del Reich era
más efectivo, y de algún modo le habían pescado. La rubia Rackham no había
estado participando con él en un cortejo sincero, tan solo había estado
vigilándole muy de cerca. Ese había sido el fin último de su juego de
seducción, con aquellas miradas por encima de las copas que pretendían ser un
coqueteo sincero. ¡Ya, claro! Henry pretendió utilizarla para que le guiara
hasta el lugar en el que los nazis custodiaban el anillo, con la excusa de
echarle un vistazo a aquel objeto tan curioso y legendario, pero ella le llevó
a una sala llena de Sturmabteilungen y acto seguido había comenzado a
gritar: “Amerikanischer spion!, Will den
Ring zu
stehlen! Verhaften und töten!”.
Ahora estaba
sentado en aquella salita, en íntima soledad con un bruto que se calentaba los
nudillos a su costa. Desastroso, lo mejor sería volver cuanto antes a la
docencia. Eso si sobrevivía, una perspectiva demasiado optimista. No se rendía
fácilmente ante las circunstancias adversas, pero estaban en mitad de la
Francia ocupada, en la boca del lobo, y no tenía posibilidades de escapar
siquiera de aquella habitación. Bastaría con que el matón se cansase de los
puñetazos y decidiese acabar la tarea con el clásico tiro en la nuca. Lo peor era
que moriría sin cumplir su misión. Después de todos los apuros de los que se había
salvado, tan cerca de lo que había ido a buscar.
Pero estos lamentos
resultaron precipitados cuando la puerta se hundió bajo la presión de una
explosión, y entró en la habitación el bueno de Mc. Hale, su compañero de
correrías desde que se había aventurado en aquel submundo del espionaje. Con
él, entraron tres milicianos franceses que derribaron sin problemas al matón
alemán, y pudieron abandonar la mansión a punta de pistola, y alejarse
amparados por la noche. Un rescate ridículamente sencillo, le pareció a Henry,
teniendo en cuenta que había estado tan cerca del final.
-¿Qué harías
sin mi, Jonesy?- no dejaba de repetirle Mc. Hale, orgulloso de su
oportuna e intrépida intervención.
-Cállate.
Antes del
amanecer, el comando partisano de Mc. Hale le condujo a un aeródromo en
Saint-Jaques-de-la-Lande, donde tenían preparada una avioneta para cruzar el
canal y dirigirse a Inglaterra.
-¿A
Inglaterra?- pregunto Henry.
-Si, te podríamos
haber dejado en Rênnes con tus amigos nazis, pero hemos recibido un cable
urgente en el que se reclama tu presencia inmediata en Londres. Algo gordo, Jonesy.
No te olvides de dar los códigos de aproximación cuando divises la costa
británica, no querrás que te derriben confundiéndote con un Messerschmitt.
Así, partió a
los mandos de la avioneta, confiando en que algún día podría arrebatarles a los
nazis el anillo de Frastrada. “Otra véz será”, pensó.
1 de Septiembre
de 1943. Londres, Inglaterra.
Londres era
una ciudad en guerra. Aunque sólo habían pasado dos días desde el último
bombardeo, era sorprendente y de admirar la capacidad de las gentes que allí
vivían para adaptarse con total normalidad a sus hábitos diarios. La gente
llenaba las calles y acudía a sus trabajos. Henry había sido alojado en una
pensión del centro, y al día siguiente de su llegada a la ciudad recibió una
citación de manos de un mensajero. El lugar al que debía acudir era una mansión
victoriana del centro de Londres. Nada más entrar se encontró con un grupo de
hombres sentados en sus butacones, leyendo la prensa. Nada parecía indicar que
en aquel lugar alguien esperase su llegada.
-Buenas
tardes-susurró Henry con discreción, tratando de reclamar la atención de
alguno. Sólo recibió como respuesta una serie de entrecortados carraspeos que
le llamaban al orden, pero que no sabía como interpretar.
-Disculpen. He
sido...
-Grummm...-
gruñó uno de los huéspedes. Ipso-facto, sintió cómo alguien le sujetaba del
brazo y le llevaba, apresuradamente y sin mediar palabra, a un estudio cuyas
paredes se hallaban cubiertas de estanterías repletas de volúmenes. A Henry
aquel lugar le resultó inmediatamente acogedor, a pesar de la extraña
recepción. Un gramófono reproducía el séptimo movimiento de la Humoresque
de Dvorak para violín. Las llamas de una enorme chimenea crepitaban invitando a
repantigarse en uno de los sillones y hojear alguno de aquellos eruditos
volúmenes con toda tranquilidad.
El sirviente
que le condujera hasta allí salió de la sala, cerrando la puerta a sus espaldas
y dejando a Henry a solas con dos hombres que ocupaban sendas butacas en el
centro del estudio. Ambos eran ancianos, sobrepasando los setenta, pero su
deterioro físico no imponía en sus cuerpos una imagen grotesca de vejez, sino
una destacada aura de venerabilidad. Uno de ellos, el que le había dirigido la
palabra, era robusto, con una frente despejada y los mofletes caídos. Dos ojos
grises de mirada severa apuntaban desde lo alto de una nariz aguileña. El otro
era delgado, casi como una momia. Su cráneo estaba cubierto por una fina
cabellera de canas peinada hacia atrás. Entre ambos, no parecían existir rasgos
comunes, pero algo en sus rostros, en la expresión, fuera de las facciones más
destacadas, presentaba un símil que no podía ser casual. A Henry se le ocurrió
pensar que quizás eran hermanos.
-Siento que
hayamos tenido que encontrarnos así. Espero que no haya perturbado usted el
esparcimiento de mis colegas en la Sala Común. -dijo el anciano grueso a modo de presentación. -¿Es
usted Henry Jones Jr.?
-Efectivamente,
señor...
-Los nombres
no son importantes ahora. Me gustaría poder contar con su ayuda en la
resolución de un problema bastante delicado.
-En relación
con la guerra, supongo.
-Evidentemente,
soldado. Aunque la tarea que pensaba encomendarle no obedece exclusivamente a
una cuestión militar. Es algo más concreto, es por ello que es usted la persona
más indicada, a nuestro parecer –y señaló con un rápido gesto a su compañero-
para llevarla a cabo.
Entonces, el
anciano más delgado, que había permanecido callado hasta entonces, habló:
-Tengo
entendido que su último trabajo en el continente no acabó demasiado bien.- se
inclinaba hacia adelante sin mirar a Henry directamente, como si repasase con
la mente algún problema a la vez que participaba de aquel diálogo.
-Un fracaso,
me temo, señor.
-No pasa nada,
en las guerras de toda índole existen momentos de flaqueza. Incluso el peor
esgrimista sabe cuándo ha de retroceder uno o dos pasos en pleno duelo. Usted
no es una persona que se desaliente por el fracaso, ¿verdad?.
-No, señor.
–le respondió este.
-Da la
impresión de que se siente usted capaz de derrotar únicamente con sus dos puños
al Eje, pero sabe que un solo hombre no puede oponerse a esa maquinaria demente
que arrasa Europa. Pero Inglaterra, bueno, only Britain
soldiers on! -exclamó arrebatado de orgullo chovinista y clavando sus ojos
en Henry.
-Precisamente –declaró seguidamente su grueso contertuliano,
cortándole. -Se trata de Inglaterra, señor Jones. Este es un cable que nos ha
sido enviado esta mañana por parte de uno de nuestros informantes en Francia.
Tras decir esto, se levantó y le ofreció a Henry un trozo de papel
amarillento. En él podía leerse un escueto mensaje.
Encontrada
ubicación de la espada en isla de Saint Anne. Krimilda se acerca.
-¿Krimilda? ¿La heroína de Wagner? -preguntó Henry. –Esto es
realmente confuso. ¿A qué espada se refiere? ¿Es una clave?
-¿Tuvo usted un percance en Rênnes, no es así? -dijo el anciano
delgado, cambiando bruscamente de tema.
Henry asintió.
-No me cabe duda de que estuvo implicada una señorita... Una alemana,
por supuesto. ¿Su nombre podría ser quizás el de Gerda Rackham?
-Si, ese era su nombre. ¿Cómo puede usted saberlo?
-Porque llevamos mucho tiempo tras ella. Krimilda es el nombre
en clave de Rackham. Entre espías anda el juego. Aquí, mi compañero y yo
conocemos a todos los espías que se encuentran actualmente activos en Europa.
Ese ha sido nuestro trabajo durante todo este conflicto. Pero eso ahora no
importa... le pondré en antecedentes.
Dicho esto, sacó una pipa de su bolsillo, la cargó, y comenzó a fumar
en acompañamiento de su relato:
-Antes de la
guerra, un equipo de arqueólogos ingleses había hecho serias averiguaciones
sobre la posible ubicación de un objeto de trascendencia vital en la Historia
de Inglaterra. Emmm... estuvimos especialmente interesados en los progresos que
se hacían al respecto. No podíamos dejar pasar la oportunidad de participar en
un descubrimiento de tal trascendencia, teniendo además en cuenta que se
trataba de un juego bastante estimulante.
<
-¿Excalibur?
-¡Así es!
-Eso no es más
que una leyenda. Cuentos de hadas.
-Oh, ¿lo
considera así? No puede usted ser tan escéptico He leído informes clasificados
por su gobierno en los que se relatan ciertos sucesos, poco habituales...
relacionados con otros artefactos míticos.
-Pero no irá
usted a decir que Excalibur existe.
-Existe, señor
mío. Y lo que es peor, podría acabar en manos de los alemanes. <
El anciano hizo
una pausa y luego continuó:
-Es cierto que
mis capacidades han gozado de excelente fama -los ojillos del viejo parecieron
nublarse un momento por una especie de recuerdo- pero ya soy viejo para eso, y
no estoy en situación de participar en una de esas historias tan trepidantes
como las que parecen engrosar su currículo.
-No se refiere
usted a mi currículo oficial.
-No, no me
refiero al Profesor Jones que da clases en la Universidad Marshall, me refiero
al rescatador de tesoros, o como quiera usted llamarlo. Usted también a creado
su propia profesión, tal como hicimos en su día yo y mi compañero. Porque usted
no es simplemente un arqueólogo.
-¿Y ustedes dos quienes son? Si puede saberse.
-Eso no importa, y ahora escuche: La espada sobre la que se fundó la
legitima Monarquía Británica, señor Jones, el arma que unificó la nación más
poderosa de la tierra... y tendrá que disculparme siendo que es usted
americano, pero ya sabe a lo que me refiero.
-Según las sagas
artúricas –dijo Henry- la espada de Arturo, Excalibur, fue depositada en el
fondo de un lago en algún lugar en Inglaterra. Quizás cerca de Dover.
-Falso, nuestras
pesquisas conducen a Saint Anne, y ahí es a donde se va a dirigir usted. Sólo
ha de traernos la espada, no sabemos en qué condiciones permanece oculta.
Henry sopesó la
situación. Al fin y al cabo aquel encargo podía no resultar un mal asunto, y
bueno, fortuna y gloria podían aguardarle al final de aquel disparatado
trabajo.
Parecía la
consecución lógica de su búsqueda del anillo de Frastrada, que tan mal había acabado. Enfrentarse de
nuevo a Rackham, o Krimilda, podía ser una buena nueva oportunidad.
-Está bien,
acepto.- decidió al fin.
-Por cierto,
señor Jones.-le dijo uno de los ancianos antes de que abandonara la sala. -Ha
tenido gracia que hiciera usted referencia a los cuentos de hadas antes...
precisamente frau Rackham es algo así como sobrina, o sobrina nieta del
célebre ilustrador Arthur Rackham. Su parentesco inglés no parecen haberse
interpuesto a su lealtad para con la causa de la nación de sus padres. Estoy
convencido de que, de algún modo, fueron las lecturas infantiles que hiciera de
los trabajos de este lo que han terminado motivado su curiosa vocación actual.
2 de Septiembre de 1943, Saint Anne, Canal de la
Mancha.
El viaje para
llegar a Saint Anne fue un tanto accidentado. Con el objetivo de burlar las
defensas alemanas, volaron a oscuras en plena madrugada, y debió dejarse caer
en paracaídas cuando estimaron estar en el punto adecuado. Afortunadamente no
hubo errores a este respecto, y tras la caída fue a parar a un terreno baldío.
Aguardó allí hasta el amanecer, pues no podía orientarse de ningún modo en la
noche. Con el amanecer, se distinguía en el horizonte la costa de Francia. No
existían en toda la isla formaciones elevadas, pudiéndose ver el mar
extendiéndose por los cuatro costados de la isla hacia el infinito.
Henry sacó el
mapa que le habían proporcionado los servicios de inteligencia británicos y se
abrió paso. Usó como referencia la única población que se adivinaba en la distancia,
como una aldea de casas bajas rodeada de campos de cultivo y pastos para el
ganado. Dedicó toda la mañana, hasta el mediodía, a la búsqueda del punto
señalado en el mapa como la laguna en cuyo lecho descansaría la legendaria
Excalibur.
Su padre le había
dicho una vez que nunca una equis marcaba el lugar.
-Esta vez te
equivocarías, papá.- susurró para sí.
Finalmente
encontró el sitio, en una hondonada cubierta de espesa y retorcida vegetación.
Henry se acercó a la orilla de la laguna cristalina sin saber muy bien cómo
proceder a continuación.
Parecía un
trabajo bien sencillo aquel, pero debía encontrar el modo. Quizás el pulmón
libre fuera una opción. De ser así, habría sido la situación más ridículamente
sencilla a la que se habría enfrentado yendo en pos de una reliquia.
Repentinamente, oyó el grito:
-¡Deténgase,
doctor Jones!- la voz tenía un marcado acento alemán. Henry volvió la cabeza
hacia arriba para encontrarse con la figura de Gerda Rackham, Krimilda.
-Frau
Rackham. Me alegra verla de nuevo, pero esta vez sabiendo de verdad quién es
usted. Me debe un anillo.
-Indiana
Jones. A mí también me alegra tenerle aquí. Será testigo del primer paso del
triunfo final del Reich.
-¿De verdad
espera encontrar aquí Excalibur?
-Su falta de
fe es un tanto molesta. Vamos a bajar, y podrá contemplarlo con sus propios
ojos.
Acto seguido se volvió a los soldados de la
Wehrmacht que la acompañaban y les gritó
algo en alemán. Uno de ellos se aproximó con una bandeja ornamentada y mantel
de terciopelo rojo con la esvástica dibujada en él. En ella reposaba una cajita
abierta en cuyo interior, como una simple sortija de compromiso, brillaba el
anillo de Frastrada. “Los nazis y su pompa ritual” pensó Jones.
Krimilda
cogió el anillo y se lo ensartó en uno de los dedos. Acto seguido sumergió esa
mano en el agua del lago, que comenzaron a hervir con furia y se evaporaron en
una densa nube que debió verse en kilómetros a la redonda.
La espía
alemana sacó su mano indemne a pesar de todo, y explicó:
-El anillo de Frastrada y la espada Excalibur fueron
dos objetos originalmente forjados por los nibelungos, y que durante mucho
tiempo estuvieron en manos inadecuadas para luego perderse y pervivir solo en
el recuerdo de leyendas y mitologías de lo más dispares. Pero ahora, yo soy
quien los ha vuelto a reunir por primera vez desde tiempos ancestrales para
ponerlos al servicio de la gloria de Alemania. No podía permitir que usted
interfiriera en mi cometido.
La concavidad
en el terreno que antes había estado llena de agua se reveló como una
construcción de bóvedas subterráneas sostenidas por columnas talladas en la
roca madre. Una escalera de caracol en el centro llevaba a las profundidades de
la tierra.
El batallón de
soldados, con Krimilda a la cabeza, y Jones a punta de pistola,
descendió la escalinata hasta encontrarse en una sala. Allí, sobre una mesa redonda de piedra,
Jones pudo acercarse a la mesa y limpiar con la manga de su cazadora el polvo
acumulado en los bordes. Pudo leer una inscripción labrada en la piedra que decía:
GAUVAIN
-Esto es...
es... No puede ser.
-Lo es, doctor
Jones. La famosa mesa redonda del Rey Arturo y sus caballeros. <
Referencias.
Y diciendo
esto, puso un pie sobre la mesa y se impulsó hacia arriba, hasta que anduvo por
su superficie. La espada, que reposaba en el centro, comenzó a despedir un
breve destello eléctrico al sentir la proximidad del anillo.
-La espada es
un catalizador de la energía natural de los polos magnéticos de la Tierra.-
prosiguió Krimilda. -Si aprendemos a usarla adecuadamente, podemos crear con
ella un arma eléctrica capaz de arrasar ciudades o naciones enteras. No habrá
oposición en el mundo al poder del Reich.
Mientras así
hablaba, la espada comenzó a brillar con mayor intensidad, y la alemana la alzó
sobre su cabeza en un gesto triunfal. Pero algo comenzó a ir mal cuando los
destellos fueron seguidos por un rugido ensordecedor, como el trueno en una
tormenta, y las paredes del recinto comenzaron a sacudirse mientras Krimilda
emitía un grito agónico y su cara se crispaba presa del terror y del dolor.
Indy se abrió paso
a golpes entre el caos, y consiguió abandonar la gruta por la estrecha escalera
de caracol, que se hundió inmediatamente arrastrando consigo a los pocos
soldados alemanes que habían estado a punto de alcanzar también la superficie.
Indiana Jones
se incorporó cuando todo hubo acabado y contempló cómo se iba cerrando poco a
poco la grieta que albergara el legado de Arturo y sus caballeros.
7 de Septiembre
de 1943. Londres, Inglaterra.
En la sala de
estar de un cómodo apartamento del West End se encontraban dialogando Indy y el
anciano delgado que le encargara en su día la búsqueda de Excalibur.
-No sé qué fue
lo que mató a Krimilda, después de todo.- dijo Jones depositando la taza de té,
ya vacía, en la bandeja.
-Pues,
seguramente, algo tan simple como una ley física. –le explicó el anciano
delgado mientras afinaba un Stradivarius.- Arturo no empuñaría esa espada sin
guantes si de verdad conocía su poder. Y eso sería lo que inspiraría la leyenda
de la espada en la roca. El único capaz de empuñarla y esgrimirla con
efectividad, el legítimo monarca de Inglaterra, resultó ser la única persona lo
suficientemente perspicaz como para comprender los rudimentos y riesgos de la
electricidad en una época tan oscura. Por otro lado, la espada era un objeto
demasiado viejo como para soportar, después de tanto tiempo, semejante puesta
en marcha como a la que fue sometida por parte de frau Rackham. En fin,
al final, parece que era usted prescindible.
-Me contento con haber podido
participar en una historia así.
-Una buena
actitud. Pero no se preocupe, mi hermano se encargará de abonarle algún tipo de
emolumento por su servicio, después de todo.
-Entonces
aquel otro caballero que me encargó la misión es su hermano.
-Si, si, mi
hermano. Mycroft. ¿No se había fijado?
-Percibí algo.
El anciano
dejó escapar una risilla profunda que pareció devolverle años de juventud por
un instante.
-¡Nunca dejará
de sorprenderme la ineptitud de la gente! Parece incluso que cuanto más viejo
es el mundo, más se deteriora la capacidad de observación de las personas. Pero
no se ofenda, amigo mío.
-A decir
verdad, lo había intuido.- se defendió Henry.
-¡La
intuición!-exclamó el anciano- Nunca se fíe de la intuición. Como le decía a un
viejo amigo mío, lo que cuenta es la observación y la deducción. Eso es algo
elemental, querido Jones.
Fin
Referencias.
-Los
personajes de Sherlock Holmes y de Indiana Jones son creaciones originales de
Sir. Arthur Conan Doyle y George Lucas, respectivamente.
-El artefacto
que Indy busca en la primera parte del relato es el anillo de Frastrada,
una joya legendaria que habría sido usada por la princesa del mismo nombre par
mantener en un cautiverio romántico a su esposo Carlomagno. Una vez muerta
esta, la joya acabaría sumergida en el fondo de un lago, sobre el que acabaría
alzándose la ciudad de Aquisgrán:
http://proyectoarcadia.fortunecity.es/caball/carlomagno.html
-La mansión de
Rênnes a la que se alude en el relato es probablemente la misma a la que, poco
después de los acontecimientos aquí narrados, acude el pelotón de Reisman con
la misión de volarla, hechos inmortalizados en el film “Los Doce del
Patíbulo”.
-Atendiendo, por otro lado, a
lo que se nos cuenta en la película “El Reino de la Calavera de Cristal”,
en algún momento, después de los acontecimientos narrados en “La última
Cruzada”, y durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Indiana
parece repudiar de su famoso apodo y se hace llamar por el nombre con el cual
fuera bautizado: Henry Jones Junior. Puede que de algún modo los nazis
conocieran de la existencia de un tal Indiana Jones, que desde 1936 se
interponía en sus búsquedas de reliquias a lo largo y ancho del globo, lo cual
dificultaba la labor del arqueólogo cuando le tocó actuar como espía en Berlín
ya desatado el conflicto en 1939 (y con la participación estadounidense en el
mismo desde 1943). Sea como sea, este es el motivo por el cual en la narración
el personaje aparece referenciado como Henry, y no como Indiana, o Indy, como
sería habitual.
-El compañero de aventuras de
Indy durante su actividad como espía en Europa es Mc. Hale, el cual aparece en
el “Reino de la Calavera de Cristal”.
-Existió Arthur Rackham
ilustrador de cuentos infantiles que vivió entre 1867 y 1939, y que ha servido
de inspiración para el apellido de la némesis de Indy en el relato. De hecho,
entre sus ilustraciones destaca una en la que se representa la lucha final
entre el Rey Arturo y Mordred que sellaría el destino final de la legendaria
espada Excalibur.
-En lo que respecta a Sherlock
Holmes, parece que un personaje nacido, según el denominado “canon holmesiano”,
en 1854, no podría estar vivo ya a mediados del siglo XX, pero atendiendo a la
detallada cronología presentada por Baring-Gould
y William Stuart en el libro Sherlock Holmes de Baker Street, el
personaje creado por Conan Doyle fallece el 6 de enero de 1957, a la edad de
103 años, por lo que su presencia aquí estaría más que justificada.
-Mycroft Holmes, es el hermano
mayor de Sherlock Holmes. Se nos lo presenta originalmente en “El intérprete
griego”, así como en “Los planos del Bruce Partington”. Asimismo es
mencionado en “El problema final” y “La casa vacía”, en cuanto
que presta su ayuda a Sherlock en el plan de este para fingir su propia muerte
entre 1891-1894, tras su enfrentamiento con Moriarty*.
Su labor en el seno del gobierno británico no es especifica, pero se sugiere
como de vital importancia, quizás relacionada con el servicio secreto. Watson
lo describe con un cuerpo “macizo y voluminoso” que “daba una cierta impresión
de torpeza física” pero con “una cabeza de frente tan señorial, de ojos grises
tan vivos y penetrantes que desde la primera mirada se olvidaba uno de la
tosquedad del cuerpo y se fijaba sólo en el poderío de la mente”. Frecuenta el
Club Diógenes, una institución descrita por Doyle en sus relatos, ideada para
el esparcimiento de los altos funcionarios del Gobierno Británico, y en la que
la regla imperativa es la absoluta prohibición de hablar en sus salones,
excepto en una sala destinada a reuniones secretas. Es ahí donde Indiana Jones
se encuentra con Sherlock y Mycroft. Mycroft Holmes muere en el año 1946 así
que igualmente pudo haber tenido un destacado papel en el Gobierno Británico
durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
-No he incluido al indispensable doctor Watson porque,
haciendo caso a las referencias cronológicas anteriormente descritas, este
personaje muere de un ataque cardíaco en 1929.
-El último diálogo entre Sherlock Holmes e Indiana Jones
se desarrolla en el 221B de Baker Street, como no podía ser de otra forma.
* “The Adventure of the
Bruce-Partington Plans” (The Strand Magazine, diciembre de 1908; Collier’s
Weekly, 18 de diciembre de 1908); “The Greek Interpreter” (The Strand Magazine,
septiembre de 1893;
Harper’s Weekly, 16 de septiembre de 1893); “The Final
Problem” (The Strand Magazine, diciembre de 1893; McClure’s Magazine, diciembre
de 1893); “The Adventure of the Empty House” (The Strand Magazine, octubre de
1903; Collier’s Weekly, 26 de septiembre de 1903).
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