23 de febrero de 2012

El perro de Nietzsche.


Buenas.

Hoy me proponía escribir algo acerca de la música de Mozart y su relación con una conspiración masónica intergeneracional, y sus influencias en el fenómeno de los "niños prodigio"; pero he decidido cambiar de tema a colación de algo que he visto hoy en la calle.

Comienzo mi relato: Un suceso repugnante. Desde el otro lado de la calle me llamó la atención ver como un tio de entre 25 y 30 años llevaba en brazos a un perro enorme. No especialmente grande, la cuestión no es el tamaño; es decir, que no era un perro bestial ni nada por el estilo. Era un Bull Terrier crecidito, y ese no es el típico perro que uno lleva en brazos.
Como eso me llamó la atención, pues me fijé en lo que hacía el tipo. Aparentemente lo llevaba así para ayudar al animal a superar una cuesta arriba, quizás llevaba prisa. Pero veo que de pronto el tio suelta al animal como si fuera un saco de patatas y empieza a patearle el costillar. No era un toque con el pie, un empujón para animarlo a ir más rápido, a no rezagarse. Había rabia en aquellas patadas. Y el perro le miraba desorbitado y con las orejas caídas. ¿Qué grado de incomprensión no alcanzaría el animal ante aquello? Me temo que estará más que acostumbrado.
No me sorprende la maldad, creo que todos estamos acostumbrados ya a ver cosas así. Se hace exaltación de la violencia y de actos crueles en todos los medios. El propio modo de conducirnos en nuestras vidas está señalado por el enfrentamiento y la superación del otro, la conquista. Lo que me hundió fue que aquello pasara desapercibido. No fui el único que lo vio, pero a nadie parecía importarle una mierda, nadie se fijó, aunque lo vieron. Se acepta el mal mientras no nos concierna a nosotros, mientras no sea algo demasiado agresivo.
Habría estado bien llamarle la atención a ese hijo de puta, supongo que en algún lugar del mundo eso habría podido pasar, pero aquí no. Hoy no pasó. Da la impresión de que vivimos en una época donde ya no vale la metáfora del vaso medio lleno-medio vacío para sacarle el lado bueno a las cosas. El vaso hace tiempo que sólo contiene un culín de agua. Quizás en un futuro conozcamos tiempos mejores, pero hoy, todos los días parecen saturados por esa especie de epidemia de injusticias impunes y de sinsentidos que gobiernan nuestras vidas. Brillan las buenas acciones por su exclusividad y rareza. Creemos escapar ocasionalmente con diversiones superficiales, con relaciones huecas, con la comida y el onanismo. O con la música. Pero es un velo, debajo sigue una cara deforme. La mierda. Un mundo donde la gente aún patea a sus perros y llena las calles de basura. A estas alturas... que diríamos.
Me acordé del famoso suceso que todo el mundo parece conocer de la vida de Nietzsche, lo del caballo apaleado por un cochero*, y cómo el filósofo se abrazó llorando al animal en un ataque de empatía, provocando un escándalo público y sumiéndole en una depresión y en un silencio patológicos.
No llegó tan lejos esto con respecto a mí, pero coño, me sentí fatal. Realmente mal, a la vez que me preguntaba "¿por qué?" Pero no hay un porque. Ya está bien de dotarle de sentido a las cosas. Nada lo tiene.
El próximo día hablaré de música y superdotados (de los de mente).
Adiós.


PD: El de la foto que encabeza la entrada es Nietzsche, claro. Atentos al bigotazo del tío. Jajajaja.

*Hay una película de reciente estreno, un coñazo gafapastista, que habla sobre esto. El caballo de turín, se llama. Bueno, habla del cochero, increíblemente. No sale Nietzsche.



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