Esta entrada será la primera de unas cuantas del mismo tipo. He decidido empezar a escribir una breve serie en la que recogeré a diversos personajes “oscuros” de la literatura universal. El primer elegido es el macabro protagonista de El Perfume, la obra de Patrick Süskind. Luego vendrán otros como el magnífico Profesor Moriarty, el demente coronel Kurtz o la terrible Moby Dick. Tiempo al tiempo. Mi elección no se basará más que en mis propios gustos y mi grado de interés acerca de los mismos, por lo que no será ni mucho menos una antología universal de villanos literarios. Trataré de presentarlos desde una perspectiva que resuma su significado en el marco de la obra, así como cuáles son las motivaciones y el significado de sus actos en el marco de la ficción en que estos tienen lugar, como paradigmas de lo malvado. Algunas veces son individuos solitarios en un mundo sin luz, como sucede con Grenouille, donde nadie salvo él mismo pueden poner freno a su vida y obra. En otras ocasiones serán personajes que se enfrentarán al héroe, por lo que asistiremos a la clásica dicotomía entre el Bien y el Mal, si bien, incluso en este juego, la delimitación entre ambos no siempre será tan clara...
Bueno, allá vamos:
Grenouille no
capta el mundo como el resto. Para él, el mundo sensible, todo lo tangible, es
una máscara que oculta la verdadera esencia de las cosas: su perfume.
Para él, el perfume que emana de los seres, de todo lo orgánico, es en sí mismo la esencia de los mismos.
Los objetos
del mundo real son tan solo el receptáculo de esa esencia que reside en el
mundo de los aromas, y que Grenouille capta mejor que nadie. Incluso los
mejores perfumistas tienen dificultades para comprender las más ligeras
variedades de un perfume, y para extraer todas la sutilezas que este encierra.
Por ello a duras penas algunos perfumistas consiguen imitar la delicada armonía
de los aromas y engañar a sus semejantes con simples brebajes. Grenouille sabe
que el Perfume que todos los hombres y mujeres buscan y tratan reside en algún lugar, esperando a que él
revele el secreto.
Grenouille se mueve en un mundo al que resulta indiferente y del que él mismo no se siente parte (pues sólo se siente parte del mundo de los aromas, aunque, como veremos, él mismo carece de tal). El azar le ha situado en las mismas entrañas de la caótica Francia de finales del S. XVIII que, sabemos, se avoca a la época de las Revoluciones, a la mayor transformación que el mundo occidental no ha conocido (ni conocerá) en mucho tiempo.
En un momento dado, Grenouille decide refugiarse del
mundo, escapar al interior de una cueva en un paraje deshabitado, tras
abandonar la
ciudad de los hombres (París, ese mundo donde nadie comprende la suprema
verdad que subyace en el perfume y donde los olores se solapan de manera
agresiva y confusa). Entonces es cuando espera y se recrea en el mundo de los
aromas (y los aromas, en el lenguaje interno de Grenouille, son precisamente
las
ideas de las cosas, en el sentido platónico del término). En su retiro
anacoreta, logra alcanzar una suerte de trascendencia que termina por
desdibujar de su interior cualquier atadura con la realidad precedente. Una
trascendencia revelada, un
satori o más correctamente éxtasis
plotiniano. Le
hace consciente de su propia exclusividad como ser: En esta inversión del mito de la caverna de Platón, Grenouille se
percata de que él mismo carece de aroma... carece de esencia. Grenouille se da
cuenta de que él mismo no es nada. Grenouille, de algún modo, está maldito.
Pero comprende pronto cuál puede ser la solución a su problema y regresa al
mundo de los hombres capaz de elaborar su propia esencia... Es preciso
abandonar la caverna y volver a la luz. Para moverse con mayor facilidad en el
mundo de los hombres y superar obstáculos pasados, Grenouille fabrica a un
Grenouille
falso para introducirse en sus vidas de nuevo, y terminar de perfecionar la
técnica de extraer el perfume de las cosas vivas. Si en el principio de su vida
sólo se movía en el plano de los perfumes (de las ideas de las cosas) e incluso
el habla humana le resultaba extraña y difícil (porque las palabras no pueden
encerrar la realidad que sólo pueden contenter los perfumes, ahora consigue
engañarlos a todos y moverse en el plano material, humano. Es una mentira, un
cascarón con el que moverse en ese mundo de cascarones mientras busca conseguir
su cometido.
Se dice que la única emoción que Grenouille, como
bestia, consigue experimentar a lo largo de toda su vida, es el amor por la
fragancia que emanan determinadas jóvenes con las que se cruza en su camino, y
a las que mata con el fin de proceder en su macabra obra final. No es un amor
hacia una mujer, sino hacia la esencia de las mismas: El amor que Grenouille
siente es un erôs en un sentido también platónico. La última de todas
estas mujeres que Grenouille anhela, supera con creces a todas las anteriores;
su fragancia es la culminación perfecta, el último escalón en su ascenso. Tal
es su fuerza, que no son tan solo la atención y ansias de Grenouille las que capta, sino que todos, hombres y mujeres, sucumben
de algún modo ante la hija del cónsul Antoine Richis (e incluso éste se
sorprende prendado por su hechizo, y sólo consigue superarlo gracias a la vieja
barrera bien cimentada de la vieja moral). Nadie llega a comprender la fuerza
de atracción de la joven, nadie puede entender que reside en su Perfume. La
diferencia es que Grenouille sabe por qué.
Queda por
saber si el asesino de “El Perfume” es una bestia sin más, un depredador, o si
por el contrario es un ser que ha trascendido, en el concepto místico
del término, a través de su inmersión en el universo de los perfumes, relegando
a un plano secundario cualquier dilema y ética, y que no puede sentir en ningún
momento repugnancia por sus propios acto, un egotista sin límites que acaba
entregándose a su propia destrucción cuando siente que su obra a culminado.
Sea como sea, lo que está claro es que Grenouille, no es humano.
SÜSKIND, P. El Perfume. Historia de un asesino. RBA Editores, Barcelona, 1992.