7 de enero de 2013

La eternidad de John Ribbs.




 Tell us, tell us your final wish
Now we know you can never return
Tell us, tell us your final wish
We will tell it to the World."


Antes de que se llevara a cabo el primer Trasvase, se tuvo que recorrer un largo camino. Y el primer paso decisivo fue descubrir que el concepto del viaje en el Tiempo, en su fórmula original, conllevaba demasiados riesgos. Esto es, se consideró que el envío de un cuerpo físico a cualquier fase previa del flujo temporal generaría una paradoja catastrófica, especialmente si coincidía consigo mismo en el punto al que fuese enviado. Y esto es porque un cuerpo no puede existir de forma duplicada en una misma realidad sin generar el colapso de la misma. En cualquier caso, se optó por no tentar a la suerte y poner a prueba tal principio.
Se optó por una alternativa: La clonación garantizaría el desplazamiento de un sujeto a lo largo del flujo temporal sin que ello pusiera en peligro la continuidad de la realidad. Porque se trataría de dos cuerpos idénticos, pero no del mismo cuerpo.
A tal efecto, el cuerpo duplicado era una copia vacía del original, en el que se insertaban la conciencia y la memoria del Viajero. De ahí que se le aplicase el nombre de Trasvase. A partir de aquí, el Viaje, en sí mismo, consistía en una teleportación a nivel atómico que desplazaba la materia sin los riesgos de la paradoja temporal. El cuerpo original permanecía en hibernación.
Pero este procedimiento generaba su propio accidente: El cuerpo enviado, el vehículo, era un cuerpo artificial. Por tanto, no estaba sometido a un proceso biológico de deterioro. En otras palabras; desde que se producía el Trasvase, y hasta que era reenviado a su momento presente y reintroducido en su cuerpo original, el Viajero era inmortal a todos los efectos.  Atendiendo a esto, y con el fin de evitar cualquier caso de megalomanía, así como para garantizar la estabilidad emocional de la mente del sujeto, las explicaciones del funcionamiento del Trasvase, del viaje en el tiempo, eran alto secreto. Una de las ordenanzas del Programa de Viajes en el Tiempo rezaba lo siguiente:

Es ESTRICTAMENTE NECESARIO
que los procedimientos en relación a un proceso de Trasvase sean mantenidos en la más absoluta CONFIDENCIALIDAD.
Al Viajero le serán omitidos todos los detalles de la operación.
Tan sólo los Técnicos estarán al tanto de los pormenores de la misma,
y de ellos dependerá la dirección y ejecución de todo el proceso.


Así, reduciendo a cobayas a los Viajeros, dejando todo el proceso en manos de los Técnicos, el Programa incurría en una terrible falta de ética que sería la premonición de su rotundo fracaso. Con el llamado Incidente John Ribbs, se puso fin al Programa de Viajes en el Tiempo.

John Ribbs, que nunca regresó.





XXXVII años desde el último Trasvase Temporal. (O desde el Incidente John Ribbs)

Sebeth era el último de los Técnicos. Aquella noche no se encontraba bien, sufría los achaques propios de la vejez. Su idea había sido la de abandonar pronto el laboratorio, para concederse un descanso, pero seguía allí después de la medianoche, solo, como había acostumbrado a hacer durante los últimos treinta años, desde que estaba al cargo de aquella planta.
¡Qué paradoja! Aún después de toda una vida jugando a manipular el tiempo, a entender el funcionamiento de aquel extraño y fatal flujo. Desafiando sus leyes, experimentando con ellas... ahora el mismo tiempo pesaba sobre él; apenas podía moverse sin que le dolieran las articulaciones, en ocasiones le costaba respirar, y sin duda, no le estaba reservada una existencia mucho más prolongada. Y no podría hacer nada para remediar eso... no, aunque quisiera. Pero no quería. Ya estaba bien para él.
Estos pensamientos discurrían por encima del constante zumbido de los ventiladores de refrigeración, cuando de pronto sonó la ronca alarma y se encendieron las luces automáticas de la galería principal. Era la señal de que alguien acababa de entrar en la planta. Aquello no era algo habitual, normalmente nadie aparte de él mismo permanecía en aquel lugar hasta tan tarde, y tampoco recibía visitas.
Se levantó de su asiento frente al tablero y preguntó al aire, en dirección al
acceso:
-¿Anda alguien por ahí?
Desde donde estaba, llegó a ver una silueta recortada al fondo de la galería, avanzando hacia él. No le resultaba familiar en absoluto. Llegó a tener la fugaz fantasía de que se trataba de la misma muerte, pero apartó enseguida la absurda alusión de su mente, y volvió a hablar:
-Esta zona es de acceso restringido.

Pero el intruso no articulaba una sola palabra. Bajo las luces frías que coronaban el angosto corredor de entrada, Sebeth pudo comprobar que se trataba de un hombre alto, fuerte también, con la cabeza completamente afeitada. Avanzaba lentamente. La inquietud se apoderaba de Sebeth, hasta que vio el rostro del visitante. Como un golpe, llegó la revelación del Técnico. Aquella figura era la antiquísima silueta de un Viajero.

No era posible, bajo ninguna circunstancia. No, no. John Ribbs, quien nunca regresó.
-¿Eres tú? –alcanzó a preguntar, tembloroso.
-¿Qué clase de respuesta aguardas?–dijo al fin el visitante.
-Pero... es imposible. Dios, Dios mio. –invocaba Sebeth.
-No. Durante mucho tiempo creí que lo sería. Imposible. Creí que todo llegaría a un final, que moriría. Pero nunca alcancé esa consumación. Todo se detuvo.

El Viajero entró por fin en la sala y se sentó en uno de los butacones de los paneles de control. Desde alguno de aquellos tableros de mandos se habían marcado los parámetros, coordenadas, frecuencias y quién sabe qué clase de complicados algorritmos que le enviaron a su horrible destino a muchos años de distancia, siglos... milenios.

-Vosotros. –dijo John Ribbs señalando al Técnico, pero en realidad señalaba a todos aquellos culpables de su fatalidad- vosotros me abandonasteis. Me disteis por perdido, me dejasteis morir. Pero solo morí en vuestro recuerdo. Yo seguí vivo. ¡Vaya que sí! Y muy a mi pesar.
Creí que algún día debería desaparecer, que no llegaría hasta aquí. Pero entonces vi que incluso las estrellas en el cielo variaban su posición, y que los paisajes cambiaban, los hombres, las lenguas, las ciudades... todo. Y yo permanecía igual... sin que nada pusiera fin a este tormento.

El Incidente John Ribbs.

-Se optó por solucionar el Incidente de la mejor forma posible.
-¡No, el Incidente no se solucionó! ¡Se ignoró! ¡Fui abandonado!
-¿Cómo ibamos a saber eso? Si hubiesemos podido localizarte, te habríamos traído de regreso. Pero no había ninguna posibilidad...
-Debería matarte ahora mismo. Si, como venganza. Pero me he vengado tantas veces de tantos hombres, y de mujeres. Si, que ya no tiene sentido. Estar vivo tanto tiempo, la Etenidad, no tiene significado, y por ello, todo lo demás pierde a la vez el suyo... en otra época tal vez te habría matado. Pero no serviría para nada... De hecho, ahora te necesito. Tengo la esperanza de que tal vez tú sí que tengas un final para mí. Supongo que hay que regresar al orígen del mal para librarse de él. ¿No es así?

            Se hizo el silencio en la enorme planta . En algún lugar, no muy lejos de allí, aún permanecía congelado el verdadero cuerpo de John Ribbs.
-¿A dónde fuiste a parar? –preguntó al fin el Técnico.
-¿A dónde fui a parar? ¿Como voy a saberlo?
<<El primer recuerdo que conservo es el del propio Viaje, cuando me encontré por primera vez junto al lecho de un río y un campo labrado. A partir de ahí... la frecuencia y claridad de los recuerdos es variable. ¿Recuerdas tú acaso los detalles de tu infancia?
Es curioso. Todo resulta efímero. Salvo yo mismo. No podría enumerar las lenguas que he aprendido y olvidado. Los lugares en los que he vivido. Las personas a las que he conocido. Aquellos a quienes he amado y odiado. Una vida, en fin, pero demasiado larga, demasiado pesada.
Serví en ejércitos que atravesaban desiertos y sometían a los pueblos de pastores en las montañas a golpe de maza. Contemplé el alzamiento de los Zigurats y participé en rituales secretos. Mientras invocaba la protección y favor de dioses de lo más diversos, una generación de hombres tras otra, me preguntaba si no era yo mismo el Dios al que debían adorar.
He vivido bajo los gobiernos de un sinfín de nombres; Lugalzagesi, Menes, Necherjet, Amenemhat...
He visto el rostro de Alejandro. El de Céltilo, el de Vercingétorix. Quién lo diría. Que los bustos de los Emperadores se convertirían en mis contemporáneos de carne y hueso, que viviría bajo el pontificado de más de doscientos Papas.
He sido alzado y encadenado; coronado y azotado; tantas veces, que dejó de  tener significado para mí. Trabajé con mis manos la tierra.
Navegué por ríos y por mares. Me embarqué en naves de madera que me llevaron a otros horizontes. Atravesé a pie las llanuras y montes de toda Europa. He visto erosionarse montañas, retroceder mares, lagos secarse, bosques marchitarse y heladas tundras convertirse en vergeles
Viví para tomar dos veces la ciudad de Constantinopla y defenderla otras tantas. Vi al Lago Peipus tragarse un ejército entero. Recuerdo el barro por las rodillas, y la sangre en Agincourt.
Me tomaron por un milagro cuando sólo yo sobreviví a las fiebres que en lo más profundo del Amazonas, buscando Akator.
Fui uno de los primeros hombres en atravesar América hasta el Pacífico.
Estuve en el asalto a Hougomont.
Firmé como testigo en la Paz de París.
No recuerdo ya cuántos instrumentos musicales soy capaz de tocar, ni cuántas armas he llegado a manejar. No conozco el inmenso número de personas a las que he matado, ni el de los hijos que he podido engendrar. No sé cuantos amaneceres he visto. Podría haber contado las estrellas de habérmelo propuesto... Puede que en alguna ocasión lo hiciera, y que lo olvidara, del mismo modo que olvidé morir.
Por eso he venido.


          Ocho mil años. Increíble. ¿Cuántas generaciones humanas? ¿A cuántos miles de millones de personas había sobrevivido aquel hombre? ¿Qué historias no sería capaz de contar? Sebeth, el Técnico, vio a aquel hombre, al Viajero, que tan solo deseaba poner fin a la existencia natural de la que había sido privado.

-Yo esperaba que regresaras. -dijo el Técnico- Sí, de alguna manera esperaba que regresaras. Y no me equivocaba. Al fin y al cabo, no voy a hablarte a ti de fe, si aún abrigabas esperanza de volver aquí y morir, o de encontrar una muerte a lo largo del transcurso de tu existencia. Pero ahora te digo que eso era imposible, que ningún Viajero puede morir jamás hasta que se invierte el Trasvase, una vez era reenviado desde el pasado. Lo siento, John Ribbs, perdona por la Eternidad.
Yo te daré tu final.

            La técnica del Trasvase fue invertida, siguiendo un procedimiento que no se ponía en práctica desde hacía treinta y siete años; ocho milenios, para el Viajero. Durante unos minutos, el antiguo salón se vió iluminado por el brillo incandescente de las señales de decenas de pilotos, un trazo eléctrico, y el vapor de agua que desprendía la maquinaria de la criogenización. John Ribbs regresó a su cuerpo, y le abandonó la Eternidad. Sin embargo, el Técnico no descongeló el cuerpo... redujo la temperatura y evitó que los sistemas reiniciaran el soporte vital, convirtiendo la enorme cápsula criogénica en un ataúd de titanio. Pareció escucharse un sonido humano, un grito, o una carcajada, tal vez, desde lo más profundo. Unos momentos más tarde, y sin más señal, John Ribbs murió.

           Al día siguiente, algunos paneles de control mostraban en el registro la actividad inusual de la noche previa. Sebeth consiguió que lo achacasen a un error de programación. “Y no le demos más vueltas”, fue lo último que dijo antes de sumirse en un reflexivo silencio de varios días.. Murió pocas semanas más tarde... como si su longevidad solo le hubiese sido concedida para otorgar aquel último consuelo al Viajero. 

John Ribbs, Viajero, Inmortal, había dejado de existir. Se fundió con la nada, con el vacío. ¿Quién podría saberlo en realidad?. Roguemos por que al menos dejara de sentir, por que se librara de la maldición de la eternidad y le alcanzara el final. Aquel final, tan ansiado.